viernes, 10 de agosto de 2012

Vacaciones en Roma


Gran despertar, aunque muerto de cansancio, en mi soleada habitación del hotel de France de Perpignan. Ha sido abrir las grades hojas de la ventana e inundarse todo el cuarto de una luz cálida y una brisa fresca que se colaban hasta el baño. Así da gusto.

Hoy he querido ser bueno desde primera hora, y para ello nada como evitar ir acumulando más retrasos de la cuenta. Por eso, a las 11 ya había llegado a Narbona.

Aunque mis expectativas sobre esta ciudad eran razonables, sin estridencias, ha empezado apostando fuerte. Junto al aparcamiento, un mercado de los de toda la vida, mezcla del Mercado de San Miguel, de Madrid, antes y después de la reforma. Más bien, tiene pinta que la reforma la hicieron después de visitar este. Efectivamente, combina comercios y hostelería, pero se nota que ambos llevan allí media vida, no es una moda reciente. Y los puestos son espectaculares, y no me refiero a la decoración. Los productos tienen un aspecto muy, muy atractivo (¡Díos mío, que muestrario de quesos!), y se nota que los parroquianos son también los de toda la vida. Y es que incluso la arquitectura del mercado es similar al de San Miguel. Una belleza.

Pero ese encuentro ha sido casual, yo buscaba otra cosa, que también ha resultado ser una joya. Junto al mercado se encuentra el Musée Lapidaire, que aunque por el nombre parece una antología de “frases lapidarias”, en realidad es algo único. La nave única de una solemne iglesia gótica (desacralizada en la revolución francesa) se encuentra a rebosar de lápidas romanas, todas numeradas en un ejercicio de inventario (hasta 2.000), y formando filas perfectas, estando apiladas hasta cuatro alturas, sobre un simple suelo de tierra. No caben más. Y en las capillas laterales, y en ábside, más piezas, por supuesto. Parece mentira que se encuentre allí almacenado tantísimo valor. Porque parece más bien la parte de autoservicio de Ikea, ¿donde guardan los muebles embalados para que los cargues como puedas y los lleves  a la caja? Pues eso.  Pero con joyas arqueológicas.

La forma y valor del contenido, junto con el robusto aspecto del continente (la iglesia), me evocaba otra cosa. Parecía estar en una gran caja fuerte llega de toscos lingotes de oro, sin pulir. Alguien ha debido de pensar lo mismo, y han decidido saquearla. Durante la visita guiada nos han contado que a final de año planean llevarse las lápidas a un gran museo de arqueología que están construyendo, combinando éstas con los fondos de otras instituciones. Ya no será lo mismo; no sé cómo las dispondrán, pero estoy seguro que no impresionarán igual; una pena. Y más pena por la guía, que es empleada municipal, y como el nuevo museo es de la Region, no sabe qué pasará con su empleo. Suerte.

Contaba también la guía (persona física, no el libro), que la ciudad está teniendo muchos problemas para ampliar los aparcamientos subterráneos, porque cada vez que meten una excavadora, encuentran media Roma. Como en Mérida. En otros sitios como Grecia o Egipto no pasa; como está todo en el Museo Británico…


Y de allí al meollo, al centro de Narbona. La Catedral St. Juste merece la pena, por varios motivos. El primero, porque está sin terminar. Su planificación era tan inmensa que, estando acabadas y en uso sólo el ábside y parte de la nave central, desde dentro no se echa nada de menos. Pero por fuera aprecias que el crucero sólo tiene los muros, y falta más de la mitad de la nave. Después de empezar a hacerla, pidieron permiso a la ciudad para derribar parte de la muralla, porque les estorbaba, y la ciudad dijo que nones, paralizándose la obra. Era el siglo XIV, habiéndose producido varios intentos desde entonces para retomar los trabajos, con poco éxito. Bueno, también influyo que la portuario ciudad de Narbona vio cómo la sedimentación hizo, durante dos siglos, que el mar se alejase, y se quedó sin puerto y sin prosperidad económica. Vamos, que también faltaron cuartos (o francos) para financiar la catedral. Resulta un poco esperpéntico contemplar los altísimos muros, con los vanos de las vidrieras, sin vidrieras. Parecen una vieja fábrica abandonada con los cristales rotos a pedradas por chavales en plan Trainspotting. Y el coche del cura aparcado en lo que debería ser la torre norte…

Otro de los motivos por los que merece la pena es por el espectacular coro de madera, impresionante, elegancia pura. Y el claustro, otra hermosura.


Eso sí, me he encontrado con el problema que mencionada la guía de Bretaña el año pasado y no me pareció para tanto; hoy sí. Aquí se cierra para comer un par de horas: ¡de 12 a 14! Vamos, que cuando te quieres dar cuenta han cerrado la catedral, el museo Lapidaire, el ayuntamiento y la casa cuartel de la guardia civil. Así que he tenido que hacer tiempo comiendo un espectacular kebab (que me ha estado repitiendo toda la tarde). Mientras almorzaba en una mesita de un callejón, dos mesas mas allá dos currantes españoles y un compañero subsahariano hablaban con el turco que regenta el establecimiento. Se han venido a trabajar, porque en España la cosa está muy mal. Suerte a vosotros también.

Siguiente parada, más al norte, la Abadía de Valmagne. Un sitio realmente pintoresco, que me ha aportado la segunda iglesia desconsagrada del día (vaya racha, ¿querrá decir algo?). Hombre, si dejó las actividades de culto fue por una buena causa. Lo que en Narbona eran lápidas, aquí son barricas; sí, sí, tal cual. Además, de un tamaño que parecen depósitos de Repsol. En cada capilla lateral, una inmensa. Y un olor a bodega, que tumba.


Al menos la nave está diáfana, por lo que parece que aprovechan para organizar todo tipo de eventos, ahí está el escenario montado (Springsteen actúa el martes… es broma).

La iglesia se comunica con un claustro impresionante; muy, muy bonito. Y en un lateral del patio, una fuente bajo una especia de baldaquino de piedra; y muchas plantas y flores, incluidos altos tallos de bambú en dos de las esquinas. El conjunto resultaba onírico, una especie de reino de los elfos de El Señor de los Anillos (sin ánimo de ofender). A ver si he conseguido reflejarlo en alguna de las fotos…


Como hacía mucho calor, y tenía idea de que la zona era mejor que la de ayer, he vuelto a la playa, esta vez a la de Sète. ¡Vaya acierto! Muy buena, larguísima, con dunas, estilo La Lanzada, cerca de La Toja. Y el agua transparente; y la hora perfecta, al caer el sol. Otro momentazo. Al irme, atravieso el pueblo, y hay vista de postal. Sète es, básicamente, una enorme marina. Tiene varios anchísimos canales, saturados de barcos amarrados de los más diversos tamaños. Y en algunas zonas los edificios tienen cuatro o cinco alturas, y una decoración que parece París. Es extraño; tiene cosas realmente bonitas, junto a otras nada agraciadas…

Pero para momento el de la cena. En realidad todo el día estaba planificado en torno a hacer coincidir una de las dos comidas del día con el pueblo de Bouzigues. ¿Por qué? Ostras. Había leído que han dado fama a ese pequeño pueblo, y quería comprobarlo. Por tanto, 6 ostras de primero, y el pescado del día de segundo, acompañado de una copita de vino blanco (sólo, que tengo que conducir). Cuando he pedido el pescado del día me he dejado llevar por la fe, porque no tenía ni idea de qué era, y me daba vergüenza seguir preguntando. Pues era un lenguado; bueno, o el dinosaurio que se comió el lenguado. ¡Qué tamaño! Estaba hecho a la brasa, sólo con un toque de unas hierbas.

A ver, las ostras estaban buenas, no nos vamos a engañar. ¿Tenían ese sabor intenso de las de Brataña? Tampoco. Pero me han gustado, y me ha hecho ilusión comérmelas en una terracota del puerto. Y el lenguado, bueno de sabor, pero un pelín seco. Notable para la cena.

Y sobresaliente para el espontáneo que, en medio de mi cena, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo se siente en mi mesa y se queda, mirando al infinito, mudo. Mi cara ha sido un poema, y se ha formado un soneto cuando me mirado a la camarera como diciendo: “¿y la cámara?”. Me pregunta la buena mujer si lo conozco (en ese momento ya había identificado que el caballero estaba como una cuba), y niego con vehemencia (¿qué nos ha visto en común?), ante lo cual la mujer le pide que se marche y no moleste al caballero (ese soy yo). Y el hombre, obediente, se levanta… y se sienta dos mesas más allá. ¡Esto mola! Mi problema ahora es su problema. Pero ha salido el chico duro de la cocina y ha insistido en la súplica de que se esfumara, lo cual ha hecho sin rechistar (y sin trazar una sola trayectoria recta).

Yo he seguido siendo bueno, y me he recogido (esta vez en Montpellier). Mañana más.

1 comentario:

  1. Muchas aventuras en tan poco tiempo.Sigue disfrutando y cuida los frenos del coche,usa el freno motor para que duren más y no te jod..n el viaje.

    Seguimos leyendo.

    Bss

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