jueves, 9 de agosto de 2012

Lemony Snicket

Había una película llamada Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket. No recuerdo muy bien el argumento, pero el título lo dice todo. Hoy no me lo he quitado de la cabeza. Me presento: soy el mismísimo Lemony Snicket en persona.

No sé si narrar cada una de las desdichas con detalle, o preparar una breve slide en Powerpoint... Ummmmm, creo que haré una combinación de ambas.

Narración: un desastre de día, que ya empezó anoche. Espero que os gustara la entrada del blog de ayer, porque me costó sangre, sudor y lágrimas subirla. De hecho, finiquité a las 4 de la mañana, y eso se paga. ¿ Recordáis una entrada del blog de Bretaña llamada "Días de mucho...", y se adivinaba el "vísperas de poco". Pues eso.

Empezamos con el desayuno, mala elección no quedarme en el hotel para ir a un sitio carísimo y malo. Lo único, he disfrutado de la terraza leyendo mi libro veraniego...

El caso es que he ido acumulando retrasos hasta salir de Perpignan a las once, con destino a Mont Louis, unos 80 kilómetros. Eternos han sido los últimos 40 detrás de todo vehículo lento imaginable. Pero el objetivo era tocar pared lo más lejos posible del punto de partida para que sólo quedara volver a capricho, y calculando mejor los tiempos. Pero he llegado a mediodía, y la oficina de turismo, así como como los organizadores de las visitas guiadas a la fortaleza, que es para lo que va uno, aparte del puro camino, estaban comiendo. Que me parece bien que coman, pero hombre, agosto sólo hay uno, y existe el concepto de los turnos, ¿no?

En fin, que he dado un voltio por mi cuenta y carretera. No sin antes comprar en nos puestos de la calle queso y embutido de la región (se supone, porque lo mismo dirá el pánfilo que se lleve el queso D.O. Ciudad Real que había junto al mío, y que yo sepa no está a este lado de los Pirineos), así como algo de fruta (os he visto la cara de sorpresa; sí, sé lo que es), que aquí dan unas ganas de comer todo lo que da la tierra... (lombrices abstenerse).

Y de vuelta al aparcamiento continúa la "serie": rotura de un cable del techo del coche, que me lleva 30 minutos apañar, no sin antes descubrir por el camino que tenía el interior del equipaje bañado en after-sun. Una alegría, vamos. Que siga la fiesta.

Bueno, como el plan A se había truncado, plan B. Garganta de Carança, una maravilla natural (dice la guía), visitable tras una caminata de, alternativamente, 1,5 o 3 horas, según la ruta escogida (asegura la guía). "Pues su guía está mal", me dicen al llegar y comunicarme que la ruta corta son 4 horas. Hombre, sin comer, sin entrenamiento (mira nuestros atletas olímpicos) y sin necesidad... ¿Plan C?

Harto de planes alternativos en la zona... ¡Pero ¿qué es eso?! La luz de las pastillas de freno. ¡Olé! ¡Olé! y más ¡Olé! Para no haberse levantado de la cama. Está claro que tanto puerto de montaña no ha ayudado, pero ¿de verdad era necesario que cascaran ahora?

Tras unos minutos de pánico (nuclear), comodín de la llamada: Paco, el hombre de confianza para estas cosas, que ya me ha sacado de más de un apuro, por la mitad de precio, y encima buen tío: que no me preocupe, que el testigo suele encenderse cuando aún quedan unos buenos kilómetros (no concreto para no comprometer a nadie), así es que contamos con poder seguir camino hasta casa. Ya lo sé, existe la alternativa de un taller por aquí; sí, en agosto, un guiri, de un país con la prima de riesgo haciendo puenting, con una cara que está diciendo a gritos "fúndete mi presupuesto para todo el viaje, bribón". Ese es el plan Z.

Total, que una vez repuesto emocionalmente de este tránsito, decido cambiar de aires por completo, saltarme las etapas intermedias, y directo a la meta: la côte Vermeille. Y la ataco en altura, es decir, carreterucha que trepa por los montes hasta el Tour Madeloc, entre viñedos y más viñedos por las laderas de los montes, y a la hora debida en lo que a luz se refiere. Una maravilla... Las vistas, espectaculares; la brisa, de ensueño, te mece; el sol, te arrulla; y el azul del mar Mediterráneo simplemente te hace sentir en casa.


Pensando en las uvas que allí se crían, en semejante lugar, he llegado a la conclusión que son el Kobe beef de la enología. No digo que el vino sea espectacular, no tengo ni idea de la materia, y hoy tenía que conducir, pero una vida así, tiene que llevar necesariamente a la felicidad, aunque implique terminar tus días pisoteado (por las uvas, digo).


En fín, que en esta etapa no ha habido desdicha alguna (ni catastrófica ni de las otras), y me he ido a la playa a celebrarlo. Tenía muchas ganas (sí, yo), y no ha sido para tanto. Como en el desyuno, mi libro ha salvado los muebles, porque la playa era minúscula y no muy agraciada, y no es que hubiera alternativas mejores. Pero ha hecho su función. Hombre, lo que la ruta hasta Tour Madeloc no terminara de arreglar, esta playita no iba a hacerlo.

Y a recogerse, que hoy debo recuperar algo del sueño perdido anoche. Si en la cena o similares ocurriera algo digno de mención, que no creo (así han quedado los ánimos), os informaría puntualmente. Buenas noches.

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